Nuestros ojos miran a los niños / personas discapacitadas, entre ellas con Síndrome de Down, con cierto brillo. Sin embargo, ese brillo no debe representar otra cosa que respeto, entendimiento y comprensión.
Sabemos que a las personas con Síndrome de Down responden mucho a muestras de cariño, afecto y amor. Por ello, podemos aprovechar ese sentimiento hiperdesarrollado para llevarles hacia un camino mejor. Debemos, como padres, amigos, voluntarios o docentes obrar como guías; no usaremos mapas ni brújulas, sino nuestro don de la palabra, el lenguaje del cariño, el interés y la preocupación, dándoles la mano y acompañándoles durante todo el camino. Si esta tarea la realizan únicamente los padres, será muy difícil lograr que encuentren su lugar en nuestra dichosa sociedad; sin embargo, si todos ponemos de nuestra parte, si, vayan donde vayan, estén donde estén, con quien estén, se encuentran a gusto, tratados como debido y merecido, entonces se considerarán uno más entre la multitud, dejando de lado sus discapacidades y centrándose en el vivir, en el querer y en el sentirse querido.
Resulta un tanto difícil explicar qué aportan estas dulces personas, qué hacen sentir, qué son y qué se merecen. Pienso, sinceramente, que, solo con dedicarles un día de nuestra ajetreada rutina, entenderemos todo aquello que hay que saber, que sentir y que entender. Aconsejo, por tanto, como cosas que hacer en esta vida aparte de plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo, visitar una asociación de discapacitados y ofrecerles un poco de nuestro tiempo, a cambio, les aseguro que ellos os regalarán sin darse ni cuenta. Harán cambiar vuestra forma de verles y, subordinadamente, la forma de ver nuestra sociedad y las gentes que la integran.
Me gustaría contaros una pequeña experiencia que viví hace un par de años, que me marcó y bastante. Volvía de Sueca, de pasar el día con los miembros de “A passar-ho bé” una asociación de discapacitados, donde una quincena de pequeños, jóvenes y no tan jóvenes, e incluso mayores, me habían regalado abrazos profundos, besos infinitos y miradas alegres. Tras pasarme todo el viaje entre sonrisas y lágrimas de emociones y conmociones, al llegar a la estación, bajando del tren fui testigo de una escena desgarradora. Una mujer “normal” empujó hacia un lado gritándole a un “subnormal” que tenía prisa, que qué c*ño hacía en medio que se apartara de una vez, que ya estaba bien de molestar. Medio perpleja bajé del tren y me pregunté muy sinceramente quién c*ño era el subnormal en esta historia.
Es evidente que el autentico retrasado mental en esta historia es la señora, que es incapaz de comprender la inocencia y la dulzura de estas personas. No comprendo a la gente que los mira con lastima o menosprecio.
ResponderEliminarLos únicos momentos en los que sentí que realmente estaba entre personas que jamas me traicionarían o harían daño fue cuando trabaje como voluntaria en la cruz roja, era increíble ver sonrisas tan sinceras sin ninguna maldad escondida, y lo fácil que es hacerles felices.
Totalmente de acuerdo contigo, Latifa. Aportan una magia, confianza y sinceridad desmesurada. Hay que vivirlo para sentirlo. Nos hace crecer como personas, sin duda.
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